domingo, 6 de enero de 2013

Rompecabezas


Creo que no encajo en ningún lugar.
No importa dónde vaya, no importa con quién esté, simplemente no encajo.
Me enamoré otra vez, sí, lo sé, soy una tonta. Ésta vez fue de un hombre esforzado, sin vicios, perseverante como ninguno, atractivo, con un buen trabajo y un buen lugar en el. Sonrisa hermosa, ojos transparentes, la clase de hombre de la cual todas nos enamoramos.
Sus imperfecciones: es casado, tiene tres hijos y es mi jefe.
Un día, producto de mis pastillas que me dopan y me desinhiben, me declaré. Llevaba dos años guardándome lo que sentía por él, sabía que era mutuo. Y, efectivamente, así fue.
Salimos un par de veces, el tipo fue un apoyo fundamental en una etapa crucial en que necesitaba apoyo incondicional.
Nos besamos, nos reímos, nos contamos cosas que no se le cuentan a nadie. Me confesó que su matrimonio estaba mal, catorce años juntos, siete años durmiendo en camas separadas, dos meses sin hablarse y un “te amo” se asomó mientras él besaba mi cuello…
-¿Qué dijiste? – pregunté sorprendida.
-Nada- siguió besándome y yo quedé prácticamente catatónica.
Fuimos a San José de Maipo, para que nadie nos reconociera, tuvimos una cita hermosa.
Al siguiente día me fue a buscar a la consulta de mi psiquiatra, salí llorando, echa mierda, como siempre, y ahí estaba él, apoyándome, abrazándome. ¡Qué hombre! Faltan hombres así en este mundo…
Me llevó a cenar, conversamos, me dijo que me amaba hace dos años. Fue lindo el momento, me subió el ánimo, la autoestima (que hace falta a veces). Sus besos ricos, su sabor, su cuerpo abrazándome, sus manos tocando las mías…
Siguiente cita: mi brillante idea de ir a un motel. Fuimos al lugar más horrible que podríamos encontrar, me da risa ahora. Entramos, una habitación con música, un televisor que, posiblemente, daba pornografía. Por una especie de ventanilla nos pasaron unos jugos, un paquete de maní y papas fritas.
Antes de ir pasamos a una farmacia a comprar preservativos, según él, nunca había usado.
Una vez en el motel, jugueteamos un rato para calentar las cosas, yo ya iba preparada, como buena mujer, bien depilada, perfumada y la lencería más sexy que tenía.
Empezamos a desvestirnos, a decir verdad, no me enamoré de su cuerpo, debo ser sincera en eso, me gustan los hombres mas apretados y, sí, definitivamente me importa el tamaño, para que estamos con tonteras.
Todo iba genial, los besos, las caricias, todo, el ambiente a media luz, la música, todo…
Y a este hijo de su madre no se le paró… me decía “estar contigo es como un sueño”, “es que eres demasiado perfecta”, “mírate, eres hermosa”, y yo pensaba “¿y por qué chucha no se te para la weaita?” y un sinfín de comentarios que diría cualquier mujer caliente que lo único que desea en ese momento es tener un orgasmo pronto.
Seguimos en el jueguito, el tipo no quería ni que lo pajeara, le daba vergüenza porque el mejor amigo de él estaba escondido, dejando bastante que desear.
Le dije que me permitiera hacerle unas cosas, que con eso sí o sí iba a tener una erección, se negó y empezó el negativismo… “te dije que esto no iba a resultar”, “es muy pronto”, “vámonos”, “no va a funcionar”, “no se me para la wea, mírame!”…
Frustrada opté por vestirme, lavarme (las manos porque no pasó NADA) y nos fuimos del lugar.
Pasaron algunos días y nuestra extraña relación siguió en los niveles más escondidos de los amantes que se miran sin decirse las palabras que se guardan entre el deseo y las caricias que sólo salen a floteentre la oscuridad de la luz tenue de un motel.
Tenemos una relación de amor y odio a la vez. Siempre me sentí atraída por él pero, sin embargo, saca de mi la peor parte, la parte que carece de moral, ética y seguridad en sí misma.
No sé si lo que me gusta de él es lo que puedo ser estando con él, no sé si me enamoré más de mí que de él…
Cierto día, en el cumpleaños de una amiga, conversé del tema. Jamás le dije a nadie acerca de mi relación poco digna. Entre todas las señoritas ahí presente que me escucharon, me dijeron que lo que yo estaba haciendo estaba terriblemente MAL. Creo que los comentarios atacaron directamente mi superyó que estaba debilitado por la fuerza profunda de mi ello. Finalmente decidí que no me dejaría llevar otra vez por la pasión que este hombre me generaba.
Han pasado meses desde la última vez que nos besamos. Tuvimos fuertes peleas en nuestro trabajo pero al final las pudimos solucionar de buena manera.
Siento que aún me gusta, pero esto no puede seguir igual. Es hora de olvidar lo que me provoca y mirarlo con los mismos ojos con los que lo miré todos estos años.

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