Creo que no encajo en ningún lugar.
No importa dónde vaya, no importa con quién esté,
simplemente no encajo.
Me enamoré otra vez, sí, lo sé, soy una tonta. Ésta vez fue
de un hombre esforzado, sin vicios, perseverante como ninguno, atractivo, con
un buen trabajo y un buen lugar en el. Sonrisa hermosa, ojos transparentes, la
clase de hombre de la cual todas nos enamoramos.
Sus imperfecciones: es casado, tiene tres hijos y es mi
jefe.
Un día, producto de mis pastillas que me dopan y me
desinhiben, me declaré. Llevaba dos años guardándome lo que sentía por él,
sabía que era mutuo. Y, efectivamente, así fue.
Salimos un par de veces, el tipo fue un apoyo fundamental en
una etapa crucial en que necesitaba apoyo incondicional.
Nos besamos, nos reímos, nos contamos cosas que no se le
cuentan a nadie. Me confesó que su matrimonio estaba mal, catorce años juntos,
siete años durmiendo en camas separadas, dos meses sin hablarse y un “te amo”
se asomó mientras él besaba mi cuello…
-¿Qué dijiste? – pregunté sorprendida.
-Nada- siguió besándome y yo quedé prácticamente catatónica.
Fuimos a San José de Maipo, para que nadie nos reconociera,
tuvimos una cita hermosa.
Al siguiente día me fue a buscar a la consulta de mi
psiquiatra, salí llorando, echa mierda, como siempre, y ahí estaba él,
apoyándome, abrazándome. ¡Qué hombre! Faltan hombres así en este mundo…
Me llevó a cenar, conversamos, me dijo que me amaba hace dos
años. Fue lindo el momento, me subió el ánimo, la autoestima (que hace falta a
veces). Sus besos ricos, su sabor, su cuerpo abrazándome, sus manos tocando las
mías…
Siguiente cita: mi brillante idea de ir a un motel. Fuimos
al lugar más horrible que podríamos encontrar, me da risa ahora. Entramos, una
habitación con música, un televisor que, posiblemente, daba pornografía. Por
una especie de ventanilla nos pasaron unos jugos, un paquete de maní y papas
fritas.
Antes de ir pasamos a una farmacia a comprar preservativos,
según él, nunca había usado.
Una vez en el motel, jugueteamos un rato para calentar las
cosas, yo ya iba preparada, como buena mujer, bien depilada, perfumada y la
lencería más sexy que tenía.
Empezamos a desvestirnos, a decir verdad, no me enamoré de
su cuerpo, debo ser sincera en eso, me gustan los hombres mas apretados y, sí,
definitivamente me importa el tamaño, para que estamos con tonteras.
Todo iba genial, los besos, las caricias, todo, el ambiente
a media luz, la música, todo…
Y a este hijo de su madre no se le paró… me decía “estar
contigo es como un sueño”, “es que eres demasiado perfecta”, “mírate, eres
hermosa”, y yo pensaba “¿y por qué chucha no se te para la weaita?” y un sinfín
de comentarios que diría cualquier mujer caliente que lo único que desea en ese
momento es tener un orgasmo pronto.
Seguimos en el jueguito, el tipo no quería ni que lo
pajeara, le daba vergüenza porque el mejor amigo de él estaba escondido,
dejando bastante que desear.
Le dije que me permitiera hacerle unas cosas, que con eso sí
o sí iba a tener una erección, se negó y empezó el negativismo… “te dije que
esto no iba a resultar”, “es muy pronto”, “vámonos”, “no va a funcionar”, “no
se me para la wea, mírame!”…
Frustrada opté por vestirme, lavarme (las manos porque no
pasó NADA) y nos fuimos del lugar.
Pasaron algunos días y nuestra extraña relación siguió en los
niveles más escondidos de los amantes que se miran sin decirse las palabras que
se guardan entre el deseo y las caricias que sólo salen a floteentre la
oscuridad de la luz tenue de un motel.
Tenemos una relación de amor y odio a la vez. Siempre me
sentí atraída por él pero, sin embargo, saca de mi la peor parte, la parte que
carece de moral, ética y seguridad en sí misma.
No sé si lo que me gusta de él es lo que puedo ser estando
con él, no sé si me enamoré más de mí que de él…
Cierto día, en el cumpleaños de una amiga, conversé del tema.
Jamás le dije a nadie acerca de mi relación poco digna. Entre todas las
señoritas ahí presente que me escucharon, me dijeron que lo que yo estaba
haciendo estaba terriblemente MAL. Creo que los comentarios atacaron
directamente mi superyó que estaba debilitado por la fuerza profunda de mi
ello. Finalmente decidí que no me dejaría llevar otra vez por la pasión que
este hombre me generaba.
Han pasado meses desde la última vez que nos besamos.
Tuvimos fuertes peleas en nuestro trabajo pero al final las pudimos solucionar
de buena manera.
Siento que aún me gusta, pero esto no puede seguir igual. Es
hora de olvidar lo que me provoca y mirarlo con los mismos ojos con los que lo
miré todos estos años.
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